Crees que amas a quienes te rodean, pero no es así. Si no has llegado a amar a alguien verdaderamente, en realidad nunca has amado. E incluso a ese a quien crees haber amado tan sólo le has condenado. Viniste a este mundo como consecuencia de tu profundo sentimiento de culpa, y todavía no lo has abandonado. Te resulta tan insoportable que necesitas ponerlo en otra parte. La culpa genera en ti una profunda sensación de vacío y abandono de la que quieres liberarte, y tu mente intenta lograrlo mediante la proyección. Y rápidamente llega a tu vida esa “otra parte” donde volcar toda tu culpa. El otro se convierte para ti en el espejo constante e inevitable de tu insoportable sensación de soledad, y le atacas por ello. Y a eso lo llamas amor.
Ese ataque está perfectamente premeditado, ingeniosamente diseñado y es sigilosamente llevado a cabo. Lo primero que se necesita para atraer a la “víctima” es un señuelo, algo que le llame poderosamente la atención. Y no hay nada que llame más la atención a quien se siente culpable que aquello que puede morir; el cuerpo. Y así, el cuerpo se convierte en la herramienta fundamental del ataque. Se le permite al otro cebarse por un tiempo de su “regalo”, y mientras lo hace, el ego se mantiene vigilante, a la espera.
Una vez que se ha saciado, el “culpable” buscará otra carne con la que satisfacerse, ya que la culpa nunca se siente satisfecha, y sus ojos comenzarán a buscar en otras direcciones, de lo cual el ego, siempre vigilante, se dará perfecta cuenta. Entonces se pondrá en marcha y dejará de mostrarse "amoroso" para pasar directamente al ataque abierto y despiadado. Es fundamental para él tener cerca de sí un cuerpo sobre el que proyectar su propia podredumbre. Comienzan de esta forma los habituales “problemas de pareja”, tan aceptados con normalidad por la locura, ya que se alimenta de ellos. Y con el argumento de que “no hay amor sin dolor”, o “si alguien se preocupa es porque te ama” se mantiene la farsa y se aprietan un poco más las cadenas sobre la agonizante relación. Es entonces cuando las heridas comienzan a entumecerse, bajo un completo legado de normas y condiciones que sólo sirven para justificar el ataque que la locura ha llevado a cabo. Y de esta manera, dos mentes desquiciadas deciden aumentar la demencia y emprender una huida hacia abajo, bajo la forma de una familia. Obviamente, las semillas de la locura no pueden dar un fruto diferente de sí mismas. Ahora los descendientes de esa relación demente son un claro fruto del “amor” que “bendijo” a sus progenitores, y ellos se miran sorprendidos.
Tratan entonces de aplicar soluciones tan disparatadas como inútiles a una situación que no llegan a comprender y que por otra parte necesitan prolongar, puesto que sus identidades separadas se basan en el conflicto para mantener su apariencia de realidad. De esta manera, la culpa ha logrado su objetivo. Ahora el profundo vacío y la sensación de abandono están justificados. Cada uno de ellos mira a su alrededor y se da cuenta de que todo se encuentra en el perfecto desorden que esperaban. Y ahora que el problema está “afuera”, la única solución consiste en alejarse de él. La relación es un lastre pesado del que es necesario deshacerse. Tal vez para ello haya que hacer algún tipo de sacrificio, pero merecerá la pena. Habrá dolor, abandono, culpa, profunda sensación de vacío, “pero...", sugiere el ego, "¿no lo hubo siempre?”. Ahora que el otro es claramente la causa del malestar, hay que amputarle de la relación. De esa manera llegará la liberación y la salvación. De hecho, es posible que en ese punto del conflicto la mente ya esté mirando furtivamente a su alrededor en busca de futuras nuevas “víctimas” sobre las que representar de nuevo su drama de amor. Finalmente la relación parece romperse, la liberación parecerá haber llegado, y de nuevo se exhibe la carnaza que atraerá a nuevas presas sedientas de culpa, y preparadas para morir. Y cuando se intente compartir el sueño de culpa con otros cómplices igualmente dementes, acertarán a decir; “así es el amor”.
Ante esta absurda situación, el Espíritu se mantiene expectante a cualquier leve insinuación o petición de ayuda. A una mente que está hipnotizada con el mundo externo no se le puede pedir que dirija su visión hacia la verdadera razón de lo que ve, que es siempre interna, puesto que no la entendería al haber sido negada. Sin embargo, puede utilizarse un enfoque indirecto para mostrar la relación que existe entre lo que se ve afuera y lo que se ve adentro. De esta manera, la mente comienza a ser consciente de que cuando ocurre el más mínimo cambio en los pensamientos, el mundo “externo” comienza a dirigirse en esa nueva dirección. Y aquí se produce de nuevo una intervención por parte del ego, que ve menoscabado su poder. Ahora el ego se plantea: “estoy dispuesto a cambiar, ya que soy libre, pero el otro tiene que cambiar también”. Y de esta manera el ego sólo cambia de argumento para mantener que la culpa sigue estando afuera, y por supuesto, en el otro. Ahora el otro es el culpable de que no te puedas liberar. Es una situación muy habitual en el ámbito del “mundo espiritual” o desarrollo interior. Tal vez el ego, en este punto, ya no pueda mantener que atacar al otro es lo que desea por encima de todo para liberarse de la culpa. Ahora utiliza un argumento más sofisticado y aceptable para la mente: “yo soy el salvador del otro, pero el otro debe reconocer mis méritos para que yo acceda a su salvación”. Para el Espíritu, la forma y los argumentos del ataque son irrelevantes.
Muchas personas dan por comprendido el concepto de proyección, pero ¿se comprende realmente? La proyección es un mecanismo de defensa de la mente. Es algo inconsciente. Y es autodefensa porque se percibe un ataque abierto. La larga cadena de relaciones especiales que se entablan es sólo la manera que la mente utiliza para tratar de liberarse de la culpa, si bien no lo logra. De hecho, la sensación de culpa se incrementa aún más, al ser representada todo el tiempo con todas las personas con las que te relacionas de una u otra forma. De lo único que tratas de liberarte en todo este proceso es de tu profunda sensación de vacío interno. Hay un profundo dolor que tratas de aliviar mediante el otro. Le manipulas, le atacas, le pides, le juzgas o crees ayudarle tan sólo para que él te dé eso de lo que tú crees carecer. El otro se ha convertido para ti en el símbolo de la culpabilidad. Has perdido de vista que es un símbolo de tu culpabilidad. Y mientras sigas mirando hacia afuera no te darás cuenta de que no hay nada ahí, excepto lo que creas que hay primero en ti. Y el mundo representará la escena que tú le indiques, en función de tu inocencia o de tu culpabilidad. Pero no juzgues los símbolos de lo que no te gusta, puesto que les darás una realidad que no tienen. Puesto que se trata únicamente de símbolos, es conveniente dejar de verlos como la causa de lo que sientes, y verlos sólo como representaciones de lo que has creído sobre ti mismo.
Éste es un ejercicio de gran humildad que no todos están dispuestos a llevar a cabo. La mente necesita que el otro sea culpable, y en el caso de aceptar que tú lo eres también, el otro debe serlo más, y sus “pecados” deben ser más condenables que los tuyos. No subestimes la importancia que la mente le da a esta creencia. La supervivencia de tu falsa identidad se basa en ella. Es una cuestión de vida o muerte para el ego. Y en la medida en que tú te identifiques con él, es una cuestión de vida o muerte para ti. De hecho, la mayoría prefiere morir a dejar de ver la culpa en ninguna parte. Observa los hechos. En las ocasiones que tuviste un conflicto con alguien más, habrías elegido cualquier cosa antes que perdonarle. Porque perdonarle habría significado para ti que no es culpable, y tu mente habría creído que entonces la culpa y el castigo recaerían sobre ti. Ante ese “castigo divino” que crees se te infligiría prefieres la muerte. Al menos la muerte no parece tan dolorosa como sufrir por eso que crees haber hecho, y que has ocultado de tu conciencia. Tener a Dios como enemigo es tremendamente amenazante para el ego, que cree estar en guerra con Él. Esa es la razón por la que el ego huye a esconderse en el único lugar donde la verdad no podría entrar: el sueño. Y la razón por la cuál es fundamental para él mantener el sueño del mundo en tu conciencia, puesto que es su refugio, pero también tu prisión.
El primer paso en el deshacimiento de la culpa es liberarte de los símbolos que la mantienen vigente en tu conciencia y la refuerzan. Cada vez que te sorprendas mirando hacia fuera, a los “otros”, recuerda que estás simplemente tratando de mantener viva la creencia de que eres culpable. Te darás cuenta de que lo estás haciendo porque cuando te plantees dejar de ver en ellos cualquier resquicio de culpa sentirás una gran resistencia. Algo en tu mente necesitará seguir mirando ahí y ver lo que crees que se encuentra en ellos. Puedes entonces reconocer que no es posible que el mundo te muestre algo diferente de lo que tú crees ser. Lo que ves en el otro es un reflejo de lo que has visto primero en ti. Recuerda que la resistencia inicial es un síntoma de que esto es lo que está ocurriendo. El siguiente paso, una vez que has logrado dejar de ver la culpa afuera, es dejar de defenderte de la profunda y desagradable sensación que produce sentirte culpable, y por lo que necesitas proyectarla hacia afuera. Esa sensación se ha incrementado con el paso del tiempo porque la has estado resistiendo cada vez que se ha presentado, y de esta forma le has dado una realidad que no tiene. Es la profunda desesperación que tratabas de evitar cuando creías que tu relación especial podría terminar. Es la razón por la que necesitabas relaciones especiales. Ahora necesitas darte cuenta de que no es real. Esto sólo puedes conseguirlo dejando de reaccionar ante ella, dejando de juzgarla, puesto que nadie juzgaría aquello que no considera real. Este segundo paso puede ser muy doloroso, pero es necesario en el proceso de deshacimiento de la culpa.
En la medida en que se le deja de dar realidad a la culpa, ésta comienza a desaparecer de la conciencia, y sus efectos desaparecen del mundo, al desaparecer de tu mente. Éste es el proceso del perdón, de la Expiación en el tiempo. Es algo que necesita ser aprendido y practicado constantemente, puesto que la tentación de ver la culpa afuera será muy intensa en los primeros pasos de su deshacimiento. Pero llegará un momento en que desaparecerá definitivamente de la mente que lo ha llevado a cabo poniendo su buena voluntad al servicio del Espíritu.
Andrés Rodríguez