Si te has sentido atraído por el título de este artículo es, con toda seguridad, porque aún participas de la hipnosis colectiva que cree que una relación así es posible. Creer que una relación de pareja puede ser feliz es creer que separar, pedir, condicionar, sacrificar o mentir puede hacerte feliz. ¿No existen entonces relaciones de pareja felices? Existen algunas relaciones felices, y es incluso posible que en su forma parezcan relaciones de pareja, pero te aseguro que no están limitadas ni condicionadas por las formas ni los nombres.
Es posible que hayas llegado a algunas conclusiones sobre las relaciones de pareja debido a tu propia experiencia o a las experiencias de personas a tu alrededor. Tienes algo de información al respecto. Pero si te dedicaras a tratar este tema con decenas y decenas de personas durante varios años en profundidad, tu perspectiva y tus conclusiones serían muy distintas. Vamos a hacer aquí una descripción de cómo comienzan este tipo de relaciones, cómo se van desarrollando y cómo terminan en un inevitable final. Es posible que creas que conoces muchas relaciones de pareja que no han terminado, pero lo único que estás viendo es un cascarón vacío de lo que alguna vez pudo ser una relación, que ahora se mantiene en pie para dar fe de la comodidad, el miedo a la separación, los condicionamientos sociales o el sentimiento de culpa.
Toda relación de pareja comienza siempre de manera inconsciente. Debido a una profunda sensación de desamparo, vacío, soledad o aburrimiento, comienza la búsqueda. Lo primero que aparece es un sentimiento de atracción más o menos intenso, y la promesa emocional de una satisfacción futura de toda la desesperación interior. Algunos ni siquiera son conscientes de que están comenzando una relación así, y cuando se dan cuenta ya están en ella. A partir de ahí se trata únicamente de sobrevivir y mantener en pie algo que no se sostiene de ninguna manera, debido a las premisas falsas sobre las que ha sido inventada. Las formas de iniciar una relación de este tipo pueden ser muy variadas, pero su desenlace es siempre el mismo.
Para hacer la comprensión más sencilla, vamos a dividir estas relaciones en varios tipos, según el nivel mental de sus miembros:
- Relaciones de odio explícito
El nivel de conciencia de estas relaciones es el más básico, y tanto la forma en que comienzan, su desarrollo y su final son muy predecibles. Ni siquiera se molestan en disimular en la forma que la base de su interacción es el odio, y éste se convierte incluso en una manera aceptada de interacción por ambas partes.
Cuando hablamos de un final en este tipo de relaciones, ni siquiera estamos haciendo referencia a la forma, ya que son relaciones que comenzaron muertas. Y como cadáveres andantes, se mantienen en pie. Si los instintos hacen su trabajo, los hijos de la relación engrosarán las listas de inadaptados, desequilibrados, delincuentes y criminales habituales.
- Relaciones de supervivencia
Esta es una versión algo más avanzada de la anterior, y aunque el odio sigue estando al mando, las formas en que se manifiesta no son siempre tan explícitas, pero el fondo sigue siendo el mismo. Aquí el ataque parece estar más justificado e incluso tener al amor como causa; “te castigo porque te amo”.
Son relaciones que comenzaron de la forma habitual, es decir, inconscientemente, y que no tienen ningún propósito común, excepto el de tratar de obtener del otro tanto como sea posible antes de que se acabe. Puesto que no se identifica lo que realmente está ocurriendo, el miedo y la sospecha hacia el otro aumentan con el tiempo, y finalmente la relación se quita la máscara y se acaba considerando al otro como el enemigo que desde un principio se pensó que era, debido a la proyección de la propia carencia. A partir de ese momento la relación puede ser una buena proveedora de todo tipo de emociones tóxicas y adictivas que hagan mantenerse cerca a uno del otro, manteniendo así su dosis de conflicto asegurada por mucho tiempo, e incluso de por vida. La gran mayoría de las relaciones de pareja corresponden a este tipo, y en lo único que difieren es en el nivel de intensidad de la toxicidad o dependencia emocional que producen. Este nivel de relación es el que se utiliza habitualmente como modelo socialmente aceptado, y la base de referencia para determinar lo que debería ser una relación “normal”.
- Relaciones aparentemente funcionales
La relaciones aparentemente funcionales son las relaciones que los que aún se encuentran en el nivel de supervivencia sueñan con tener, pero por simple ignorancia. En estas relaciones no hay un problema aparente, pero el problema es precisamente ese; la apariencia. Debido a una herida emocional infantil, a una falta de desarrollo emocional o simplemente al miedo, en estas relaciones se ha llegado al acuerdo tácito, inconsciente y no verbal, de que no debe salir a la superficie nada que suene a conflicto. Este es el tipo de relación que da lugar a los “eternos adolescentes”. Son adultos en apariencia, pero no han roto aún el vínculo de dependencia de los padres. La única diferencia entre ellos y su etapa adolescente es que ahora tienen un trabajo y viven en otra casa diferente a la familiar, pero emocionalmente no hay ninguna diferencia, y necesitan el permiso y el contacto habitual con los padres para casi todo lo que hacen o deciden en sus vidas.
Cuando los hijos llegan a esta relación, los “eternos adolescentes” se convierten en “hiperpadres”, y su propio infantilismo se proyecta en la relación con los hijos. Se convierten en cómplices uno del otro para neutralizar, que no resolver, cualquier indicio de conflicto que pueda aparecer en la relación familiar. Son padres hiperprotectores y defensores de sus hijos ante la más leve dificultad, como forma de mantener su niño interno subdesarrollado a salvo. Este tipo de actitudes producen una masa de pensamiento oscuro e inconsciente en la familia que más tarde o más temprano aflorará de alguna forma violenta o inesperada en su experiencia para realizar el ajuste correctivo necesario que se ha estado tratando de evitar.
Es muy probable también que, ante la imposibilidad de manifestar externamente nada que suene a conflicto y altere así ese falso equilibrio, uno de los miembros de la pareja sienta en algún momento una fuerte atracción por alguien más. Esta atracción es la forma que adquiere la tensión que ocurre en la mente por acumulación ante la imposibilidad de traer a la superficie cualquier conflicto para ser resuelto. Este tipo de situaciones son muy comunes en terapia, porque la pareja no llega a comprender por qué de pronto su perfecta y activa vida tiene que verse truncada por la molesta aparición de alguien más en la relación. Sin embargo, no saben que esa situación es sólo la manifestación externa de algo que no han estado dispuestos a afrontar en el nivel que surgió. Al ocultarlo, tomó forma externa inevitablemente. Sin embargo, es una excelente oportunidad, si así lo deciden, para tomar conciencia de esos patrones infantiles enquistados que han estado determinando su comportamiento y su forma de relacionarse con el otro. Es poco probable que la relación sobreviva a esta situación debido a que no estaba cimentada en algo sólido desde el principio, y sólo un profundo trabajo de responsabilidad y auto observación puede dar algún resultado. De paso, es posible que se aprenda también en este nivel que la finalidad no es encontrar una relación de pareja perfecta, sino aprovechar perfectamente cualquier oportunidad para llevar a la mente más allá de sus límites. Una vez que se da este paso, es posible que una relación real aparezca.
- Relaciones responsables
Sólo a partir de este punto podemos hablar de relaciones significativas. Hasta que no se llega a él, todo consiste en la interacción de patrones automáticos inconscientes, disfuncionales y patológicos. Sólo cuando alguien ha sanado gran parte de toda esa patología es posible que aparezca alguien que lo refleje. En este punto se ha llegado ya a muchas conclusiones, como por ejemplo que el otro no está aquí para llenar la sensación de vacío, sino que esta proviene de los aspectos turbios de la mente que están reclamando su liberación. Que mientras esta liberación no ocurra, toda relación que entables representará en algún nivel esa turbiedad. Que sólo puede haber una verdadera comunicación cuando se maneja un mismo idioma, esto es, una percepción similar de la realidad. Que sin esta percepción similar de la realidad la comunicación es imposible. Y en este punto es donde se producen las situaciones más interesantes en lo que a las relaciones de este tipo se refiere, porque no todas comienzan ahí, sino que llegan a él mediante una transformación mental que hace que la relación sufra al principio algunas tensiones y ajustes que pueden producir cierta incomodidad o dolor. Vamos a observar detenidamente cómo funciona este proceso:
1. La llamada
Son relaciones que llevan ya algún tiempo. Generalmente uno de los miembros de la pareja tiene algún tipo de inquietud espiritual que el otro no tiene, pero eso no es algo a lo que se le haya dado especial importancia ni se ha visto como un problema en la relación. Sin embargo, ya han aparecido algunas manifestaciones de estas diferencias, aunque no se consideran suficientemente significativas. Por ejemplo, la persona con intereses espirituales se da cuenta de que no siempre puede compartir lo que le interesa con su pareja y recurre a amistades o cursos para compensar esa falta de comunicación. Como la propia persona interesada aún no es consciente de la importancia de la comunicación como base para una relación real, relativiza esta situación y no la considera un problema, aunque es la semilla que más adelante, si se permite el proceso de cambio, será un factor determinante. Y cuando digo “si se permite el proceso de cambio”, quiero decir que la llamada interior para despertar no es igual de fuerte en unos que en otros, y en aquellos casos en los que esta llamada no sea aún suficientemente intensa, se estará dispuesto a sacrificar la comunicación con tal de mantener la carcasa de una relación y su aparente funcionalidad.
2. El cambio
Supongamos, pues, que esa llamada interior o atracción del Espíritu es suficientemente fuerte como para propiciar todo el proceso de cambio. La mente puede entonces adentrarse en él sin ser plenamente consciente de lo que esto supone. Esto puede ser un proceso psicoterapéutico, el aprendizaje de nueva información o cualquier otro elemento que modifique la manera de percibir que la mente pueda experimentar. Si nos damos cuenta, el estudio de Un Curso de Milagros tiene todos estos ingredientes en sí mismo, por lo que cuando alguien que está en una relación de pareja y siente intensamente la llamada a despertar se adentra en él, el resultado es previsible, y de hecho, se constata que funciona así, invariablemente. Es muy importante remarcar aquí que esto sólo alude a las personas que escuchan claramente esa llamada del Espíritu a transformar sus mentes, y no a aquellos que creen que ese es su caso, sin realmente serlo, por tratarse más de un ego espiritual que de una verdadera llamada interior.
Una vez que la mente se adentra en este proceso de transformación interior, el cambio comienza, con sus lógicas consecuencias.
3. Primeras dificultades
La primera de estas consecuencias consiste en que comienza a percibirse cierta dificultad para entablar una comunicación a un nivel que no sea el meramente superficial o cotidiano. La cotidianeidad no sufre variaciones, pero empieza a tenerse la percepción de que no es suficiente. Esto produce desmotivación por parte del miembro de la relación que comienza a darse cuenta de que otro nivel de comunicación es posible, y puede dar lugar a proyecciones sobre el otro y acusarle en algún nivel de no estar a la altura. Este es un punto de inflexión, porque la mente ya se ha dado cuenta de que ha estado limitada, pero también de que puede ir más allá. Ahora el otro parece convertirse en un lastre para ese avance. Aquí es donde es importante acudir a la responsabilidad para no caer en la tentación de sentirse culpable con respecto al otro, porque la idea del abandono aparecerá intermitentemente. Es muy importante comprender cómo funciona la culpa en esta parte del proceso. Si se siente que ahora la liberación consiste en abandonar al otro, estaremos cayendo en una trampa puesta por el ego para evitar que eso ocurra. Es muy probable que al final el desenlace sea el mismo, es decir, que la relación, tal como estaba establecida, cambie, pero no como consecuencia del ataque o el abandono, y aquí es donde tenemos que ser más meticulosos a la hora de identificar lo que realmente está ocurriendo en esta parte del proceso.
4. La culpa
Para hacer esto, tenemos que ser conscientes, en primer lugar, de cuál era el propósito de la relación cuando comenzó. Es posible, si somos honestos, que lleguemos a la conclusión de que no había ningún propósito, salvo el de llenar una sensación de vacío, la inercia o las expectativas ajenas. Mientras esto fue así, la relación simplemente parecía funcionar, pero lo que realmente estaba haciendo era vegetar, durar. Y mientras duraba, parecían pasar muchas cosas: trabajo, hijos, casas, cosas, relaciones familiares aparentemente funcionales, amistades, etc. Pero cuando la llamada del Espíritu aparece, durar ya no es suficiente, y ahora hay que poner en marcha una relación que nunca se ha movido antes en ninguna dirección, por lo que es normal que aparezcan las primeras resistencias al cambio que mencionábamos anteriormente.
Ante esta situación, la mente se encuentra con un conflicto. Tiene que moverse en la dirección marcada por el Espíritu, pero a la vez encuentra un gran lastre que le dificulta ese movimiento. La culpa aparece entonces cuando se cree que se tiene que tomar una decisión con respecto a lo que está ocurriendo ahí afuera. Es una forma de proyectar sobre el escenario la falta de confianza que se tiene a la hora de seguir la dirección interna, que trata entonces de suplirse mediante el control de la situación tomando decisiones de amputación.
5. Decisiones
Pero ¿qué significa ese escenario y las relaciones que lo representan? Significa el pasado. Significa lo que se creyó sobre uno mismo. Es la manifestación de una creencia. ¿Es posible entonces que esa manifestación no cambie cuando la creencia que le dio origen ha cambiado? Evidentemente no. Pero ese cambio no será la consecuencia de decisiones superficiales que se tomen en cuanto a la forma. La única y verdadera decisión ya se tomó cuando se eligió seguir la dirección del Espíritu. Esta decisión tomada no siempre se reconoce conscientemente, pero es un hecho, en base a los resultados. El Espíritu no responde a las palabras que se forman en la mente, sino a los dictados emocionales del corazón. Y cada vez que se acudía a un curso, una charla, se aprendía algo nuevo o se realizaba algún tipo de práctica liberadora, se estaba manifestando en la acción el deseo profundo de cambio, si es que este era honesto. Bien, los cambios actuales hablan de esa honestidad. Estos son sólo los síntomas de esa decisión y los ajustes necesarios para que todo pueda seguir ocurriendo dinámicamente. El Espíritu no entiende de formas ni les da importancia. No está condicionado por las creencias falsas acerca de las relaciones. Por lo tanto, Aquél que escuchó la petición de ayuda y respondió, se encargará también de realizar todos los ajustes necesarios para que se adapten al nuevo estado mental. Y como no entiende de culpas ni castigos, hará que todas las piezas encajen perfectamente en la nueva situación, más allá de cualquier forma. En algunos casos esto significará que la forma de la relación seguirá siendo la misma y en otros, la mayoría, esta forma cambiará, y la relación no estará ya definida por una forma basada en la relación de los cuerpos, sino en el propósito común establecido por la Mente que se ha puesto por fin al mando.
- Relaciones reales
Una vez que el Espíritu está al mando, todo lo que ocurre manifiesta su Origen. Las relaciones no están ya determinadas por la interacción de los cuerpos, sino por el propósito conjunto de las mentes, y el único propósito real que puede compartirse es la liberación. Ninguna relación que no tenga este propósito común puede sobrevivir, independientemente de que los cuerpos sigan juntos. Una relación muerta no es una relación. Es una parodia. ¿Se puede considerar entonces a este tipo de relaciones como “relaciones de pareja”? Una relación así está más allá de cualquier definición, porque el amor no puede ser limitado a un nombre ni al intento de control semántico del ego. Quienes viven este tipo de relaciones no están interesados tampoco en encajar en un contexto social determinado y fabricado para encarcelar a la mente a través de conceptos limitantes y limitados. Algunas de estas relaciones tendrán forma de pareja y otras no, pero esto, para quienes las viven, es completamente irrelevante.
Andrés Rodríguez